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AMLO, el mercadólogo

Mario Maldonado

Si no fuera político, Andrés Manuel López Obrador sería mercadólogo. Domina el uso de las palabras, los mensajes y los símbolos. Su lucha por el poder, durante más de 30 años, lo convirtió en un animal político y en un líder social como el que no habrá en las próximas dos o tres décadas. Pero detrás de esa imagen se esconde también la de un gobernante que simula, disfraza, engaña y miente: un presidente que ha padecido, para su mala suerte y a su pesar, desgracias y escándalos similares a los de sus antecesores que tanto criticó cuando era uno de los representantes más visibles de la oposición.

Con el eslogan “No somos iguales”, López Obrador lanzó una cascada de 215 mil spots en radio y televisión que culminan hoy con su Cuarto Informe de Gobierno en Palacio Nacional. Ese argot publicitario sigue siendo poderoso, a pesar de que ya transcurrió más de la mitad de su administración. Eso fue lo que lo catapultó al poder: la capitalización de los errores de sus antecesores. Sin embargo, la realidad es que el sexenio de López Obrador ha sido muy parecido al de los neoliberales, o peor si nos atenemos a los datos duros en materia económica, de desigualdad, inseguridad y violencia, entre otros.

Como al presidente le gustan los símbolos y gobierna con ellos, vale la pena hacer una comparación de los hechos que ocurrieron en los últimos dos sexenios, el de Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón, para exponer que, aunque la mercadotecnia del #NoSomosIguales ha permeado en la sociedad mexicana –y más profundamente entre las bases lopezobradoristas–, la realidad es que sí parecen o han sido iguales.

El neoliberalismo. La política económica de López Obrador es igual o más neoliberal que la de los tecnócratas. La austeridad fiscal es aún más rigurosa que la de los gobiernos anteriores. En la crisis del Covid los apoyos a los desempleados y las empresas fueron mínimos y el gobierno se negó a contratar nueva deuda para inyectar recursos a la economía, algo que solo los tecnócratas más ortodoxos se hubieran atrevido a hacer.

El crecimiento. La economía en los tres años y medios de gobierno de la 4T ha decrecido 0.4%, mientras que en el de Peña Nieto aumentó 2.6% y en el de Calderón –donde también hubo una crisis internacional– cayó 1%. En tanto, el PIB per cápita –la medición más precisa para evaluar la calidad de vida de los habitantes de un país– cayó 5.7% en el sexenio actual, subió 2.9% en el de Peña Nieto y bajó 3.3% en el de Calderón.

La violencia y la inseguridad. En uno de sus spots, el presidente asegura que los homicidios dolosos han disminuido 10% en su gobierno frente al de sus dos últimos antecesores. Los datos, sin embargo, son engañosos. En términos reales, en los homicidios dolosos en los primeros tres años y medio de gobierno de López Obrador fueron 128 mil, mientras que en el sexenio de Peña Nieto se acumularon 157 mil y en el de Calderón 121 mil.

Salud. Al igual que el gobierno de Calderón, el de López Obrador enfrentó una epidemia; el primero el virus de la influenza AH1N1 y el segundo el del Covid.19. Si bien la virulencia entre ambas fue muy diferente, la manera de atajar la crisis, en el segundo caso, ha sido criticada entre los expertos nacionales y extranjeros. Con la influenza murieron poco menos de 400 personas en México, mientras que con el Covid se contabilizan más de 329 mil fallecimientos. La experiencia de pandemias anteriores no sirvió para anticipar medidas de prevención, a pesar de que el encargado de administrar la pandemia, Hugo López Gatell, también fue uno de los funcionarios más relevantes durante la crisis de la influenza en el sexenio de Calderón.

Las casas y estafas. En el sexenio de Peña Nieto dos momentos cumbre, además de la tragedia de Ayotzinapa, fueron clave para su decadencia. La revelación de la Casa Blanca, en se involucró a un contratista del gobierno y a la entonces esposa del presidente, y la llamada Estafa Maestra a través de la cual se obtuvieron miles de millones de pesos presuntamente para financiar campañas políticas. Ambos escándalos ya tienen su símil en el actual gobierno con la Casa Gris del hijo del presidente, José Ramón López Beltrán, y el fraude de más de 10 mil millones de pesos a Segalmex.

Proyectos inoperantes y costosos. Dos obras emblemáticas del sexenio de Peña Nieto fueron el aeropuerto de Texcoco y el Tren México-Toluca. El primero fue cancelado con una consulta a mano alzada pese a que llevaba un 60% de avance, mientras que el segundo no pudo terminarse. El presidente López Obrador decidió construir otro aeropuerto en Santa Lucía que costó 116 mil millones de pesos, más de 25% de lo presupuestado originalmente, que se usa muy poco. Los sobrecostos son más escandalosos en el caso del Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, que se fueron a más del doble, mientras que el Tren México-Toluca tampoco se ha terminado y es muy posible que termine el sexenio inconcluso.

Tragedias en obras. Uno de los accidentes que ensombrecieron el sexenio de Peña Nieto fue el del socavón del Paso Exprés de Cuernavaca, el cual cobró la vida de dos personas y estuvo a punto de ocasionar la renunciar al entonces secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruíz Esparza, aunque terminó en impunidad. En el sexenio actual ocurrió la tragedia más grande en la historia del Metro: el desplome del tramo elevado de la Línea 12, la cual dejó 26 muertos. La hija política del presidente López Obrador, Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la capital del país, ni siquiera cesó en ese momento a la entonces directora, Florencia Serranía. Hasta el momento se mantiene la impunidad.

Tragedia minera. El accidente ocurrido en Pasta de Conchos, Coahuila, que dejó 65 mineros atrapados en 2006 –quienes nunca pudieron ser rescatados– fue punta de lanza de López Obrador para exigir justicia. 18 años después, una tragedia similar le sobrevino en el mismo estado, donde 10 trabajadores quedaron sepultados en un pozo de carbón sin que se hayan podido recuperar los cuerpos. La Secretaría del Trabajo, la Comisión Federal de Electricidad y el gobierno federal fueron señalados como corresponsables de la tragedia, pero los titulares de ambas dependencias fueron omisos.

A la luz de los hechos, la frase mercadológica “No somos iguales” parece más un ardid publicitario que una realidad

 

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