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Esencia

Decidiremos si queremos regresar al pacto cardenista o si queremos apostar por la visión global del Pacto por México.

Después de las guerras civiles que llamamos Revolución mexicana, y del intento infructuoso de los Sonorenses de construir un país de pequeños capitalistas, el régimen del siglo 20 mexicano se conformó como un gran pacto entre los supervivientes de las luchas armadas, los movimientos sociales que fueron utilizados para desplazar a los Sonorenses y, a partir de 1946, un grupo de prestanombres y de socios encargados de negocios que después conoceríamos como los grandes empresarios nacionales.

A pesar de que la Revolución vino del norte, los ganadores, los supervivientes, fueron del sur. Cárdenas, Avila Camacho, Garrido Canabal, Tejeda, Figueroa y Bolaños eran los hombres fuertes de Michoacán, Puebla, Tabasco, Veracruz, Guerrero y Oaxaca. Al norte, los grupos locales fueron dejados en paz; en la península, la disputa continuó por un tiempo. Pero el núcleo nacional estaba controlado por los supervivientes y sus socios.

La economía nacional se concentró en esa región, y especialmente en la capital, hacia la cual se movía todo: recursos, capital y personas. Por 25 años, ese núcleo parasitario fue exitoso a costa del resto del país, a través de mecanismos de captura de rentas vía los empresarios-compadres, los sindicatos, y la política fiscal. En 1971, con el cambio del entorno financiero global, y frente a una explosión demográfica convertida en alud en dirección a la Ciudad de México, se rompió el Estado estable. Desde el núcleo, se atacó a Nuevo León, Sonora, San Luis Potosí y Yucatán. Empezaron los rumores de golpe de Estado. Ya murió, por fin, el responsable de ese tiempo.

La llegada de López Portillo en 1976 pareció calmar las aguas. Llegó cargado de dinero, o más bien, de petróleo. Era clasemediero, descendiente orgulloso de españoles, artista y deportista en su propia opinión. Era Don Q, Quetzalcóatl. Pero falló, mantuvo el equipo de su predecesor, y su fracaso fue estrepitoso. Llegó entonces el momento de definir una nueva ruta para México.

Esa es la disputa por la nación en la que llevamos 40 años. Un grupo cree que el gran fracaso de Echeverría y López Portillo, que no es sino el fracaso del pacto cardenista, se debió a un complot internacional, y que es ése el camino que México debe seguir. Abandonaron el partido en 1986, quedaron cerca del triunfo en 1988, reemplazaron cabeza en 2006, y finalmente regresaron al poder en 2018.

El otro grupo cree que el pacto cardenista impidió el desarrollo de México, fomentó la dependencia al gasto social asistencial, evitó el avance de la ciudadanía, y es esencialmente un sistema de captura de rentas a favor de los empresarios-compadres y de los sindicatos (y desde los años 70, de ‘grupos sociales’). Pero no tenía fuerza suficiente para plantear un camino diferente con claridad, y tuvo que hacerlo en etapas: sobrevivir en los 80, abrir el país en los 90, ampliar la coalición al inicio del siglo 21, y finalmente ofrecer un pacto diferente: el Pacto por México.

Las reformas que ese pacto promovió daban fin al sistema de captura de rentas, y por ello la reacción fue tan violenta. Empresarios-compadres, sindicatos y ‘grupos sociales’ dieron la espalda al partido y se lanzaron a promover el regreso del pacto cardenista. Tuvieron éxito. Su triunfo en 2018 fue espectacular, en términos democráticos. Pero medido en un ciclo histórico más amplio, mostró cuánto se ha reducido su fuerza. Ya no es la inmensidad que tuvo Lázaro Cárdenas en sus manos, y hoy ni siquiera llega a la mitad de las voluntades ciudadanas.

La elección de 2024 se juega en esos términos. Por eso se trata de dos coaliciones, y no de partidos. Es un capítulo más de la disputa por la nación. Decidiremos si queremos regresar al pacto cardenista, de captura de rentas enmascaradas en una narrativa izquierdista, o si queremos apostar por la visión global del Pacto por México. Sigo con el tema.

 

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