«NO QUIERO SER DE LA LISTA DE EJECUTADOS»: LA ADVERTENCIA QUE NADIE ESCUCHÓ.

«Tengo mucho miedo, pero tengo que acompañarlo de valentía. No podemos dar ni un paso atrás», declaró Carlos Manzo apenas en septiembre. El alcalde de Uruapan sabía que su vida estaba en riesgo. Lo dijo públicamente, lo advirtió una y otra vez. El 1 de noviembre, mes y medio después de suplicar protección, fue ejecutado frente a niños durante el Festival de Velas.

«No quiero ser un presidente municipal más de la lista de los ejecutados que les han arrebatado la vida», le rogó a García Harfuch en septiembre. Denunció que Uruapan estaba rodeada por grupos armados del CJNG, Caballeros Templarios, Los Viagras. Reportó campos de entrenamiento con sicarios colombianos y venezolanos. Entregó ubicaciones de fosas clandestinas a las autoridades. Nadie actuó.

Mientras Manzo advertía que vivirían con «código rojo» tras arrestos de capos, mientras cerraba obras del teleférico exigiendo seguridad, mientras cancelaba el Grito de Independencia porque sus policías morían en las calles, el gobierno federal brillaba por su ausencia. El líder de Morena en Michoacán hasta se burló: «No es a gritos ni sombrerazos como se resuelven los problemas».

Uruapan es el tercer municipio más inseguro de México según la ENSU: 89.5% de percepción de inseguridad. Manzo lo enfrentaba con una policía municipal reconstruida desde cero, con salarios bajos y moral quebrada. Él estaba en las trincheras mientras Palacio Nacional debatía sobre «Estado de Derecho» y criticaba su postura por considerarla incorrecta.

Carlos Manzo no debió morir. Tenía 40 años, era padre de familia, científico político egresado del ITESO. Pidió ayuda durante meses a todos los niveles de gobierno. Le dijeron que estaba equivocado, que necesitaba mesura, que su estrategia era incorrecta. Ninguno de ellos estaba siendo extorsionado por cinco cárteles simultáneamente. Ninguno vivía rodeado de grupos armados. Su muerte era evitable y fue anunciada. Dos detenidos y un agresor abatido. Demasiado tarde para quien gritó auxilio hasta quedarse sin voz.